El Último Jedi o la Rebelión contra Lucas
Muchos odian como como fue retratado Luke Skywalker en El
Ultimo Jedi.
Es cierto que muchos hubiéramos
querido que la muerte que fuera más
lucha que distracción o juego de espejos. Que su respuesta ante el fracaso de
refundar la Orden Jedi y al surgimiento de la Primera Orden menos pasiva.
De la muerte hablaremos luego,
pero su actitud repite de la de Yoda y
Obi Wan en la primera trilogía. Los Maestros Jedi no estaban acompañando la Rebelión
precisamente: uno estaba recluido en un planeta pantanoso y el otro esperando
la aparición de la “nueva esperanza” que
se reducía a dos personas y no a los
miles que estaban luchando contra el imperio.
Y en el corazón de Star Wars ha
estado siempre la idea miserable de que la suerte de billones en una enorme
galaxia se reduce, en última instancia, a un asunto edipico, un pequeño melodrama
familiar, dentro de una familia de elegidos.
Estas decisiones en el relato
ellas tienen sus causas en cierta forma de pensar y sus consecuencias en como resulta la historia:
las precuelas de Star Wars no son otra cosa que la deconstrucción sistemática
del mito de los Jedi que emergen como soberbios y cortos de vista.
La suya es una historia de ceguera
y de fracaso. Y no se puede decir que su
caída sea gloriosa o trágica precisamente.
Todo esto es todavía más
significativo si se toma en cuenta que es poco probable que George Lucas
tratara deliberadamente de deconstruir a
los Jedi. Aunque es un gran productor cinematográfico y obviamente no carece de
imaginación, su forma infantil de ver el mundo es muy conocida y ha tenido un
gran impacto en un Hollywood que, decía Sergei Dane, hace películas solo para
niños.
Fue Lucas el que decidió que la batalla de Endor, en vez de ser luchada por los wookies –la raza de Chewbacca- lo fuera por unos pequeños osos de peluche. Él fue el en las precuelas decidió que Anakin Skywalker conociera a Obi Wan no como un adulto hábil –como lo describe en el episodio IV- sino como un niño.
Fue Lucas el que decidió que la batalla de Endor, en vez de ser luchada por los wookies –la raza de Chewbacca- lo fuera por unos pequeños osos de peluche. Él fue el en las precuelas decidió que Anakin Skywalker conociera a Obi Wan no como un adulto hábil –como lo describe en el episodio IV- sino como un niño.
Fue el quien hizo que el
surgimiento de Dart Vader fuera una manifestación de la angustia
adolescente y no la corrupción de un guerrero maduro.
Él fue, en fin, quien envió un
guion a Disney para el episodio VII protagonizado por niños
de doce años.
La infantilización fue decisiva
para el fracaso de las precuelas en las que Lucas pretendió abordar, nada
menos, que el viejo tema de la caída de la república y el nacimiento de la
tiranía.
La importancia de El Ultimo Jedi consiste en ser
el intento más radical que jamás se haya hecho para separar a Star Wars del
infantilismo de George Lucas.
“Fabulación sin Fábula”
Hollywood ha patentado la fórmula
de las “fabulaciones sin fabula” es decir, relatos
poblados de irrealidades que, sin embargo, no son realmente relatos fantásticos.
Es muy fácil poblar una pantalla o una historia de seres extraños, contrahechos
e imposibles y las “plantillas” para generarlos existen desde hace mucho
tiempo.
Todos los personajes de
repertorio, los clichés, los escenarios repetidos no son otra cosa que recortes
y esquematismos en el flujo de lo
fantástico y terminan por reemplazarlo. Pero
esos formatos y plantillas son las que permiten, precisamente, convertir a las películas a la vez en vitrinas de
productos y en proveedoras de dosis de estímulo para las innumerables
adicciones que sufrimos los fans.
Se sabe que con Star Wars nació
el Blockbuster, un nuevo tipo de audiovisual
(no necesariamente una película como tal) cuyo fin es exhibir y vender
mercancías. Desde su llegada, el merchandising ha ido reemplazando al cine y
las grandes franquicias perpetrando un invisible pero sostenido asesinato de la
cinematografía que inició con Lucas y Spielberg.
La lectura burda del “realismo” o
del documentalismo sería que estos filmes no hablan sobre la “realidad”, que
son meros escapes... pero si fuera así, no
generarían ningún interés: solo emociona
o interesa lo que responde al mundo lo que le repite sin imitarlo. Avatar, por ejemplo, extrae su fuerza de que
hace de doble, respuesta o imagen de un conflicto real, es lo que no
entendió la tonta izquierda frankfurtiana convencida de que las grandes películas
de Hollywood solo pueden hacer la
apología del imperialismo o las corporaciones.
Hace mucho que están ganando
dinero de dramatizar y escenificar no solo la resistencia sino la subversión.
Es lo que han hecho Matrix, Avatar, e incluso el Señor de los Anillos.
Lo que pasa es que Hollywood, la
forma definitiva del Showbussines, no tiene ideas propias. No le queda otra sino
tomarlas y subsumirlas de la creatividad común de los millones de escritores,
artistas y fans de todo el mundo, el
público como demos comunidad
productiva cuya actividad incesante garantiza la existencia del Showbiz.
A diferencia de en las tristes
teorías de Adorno, Matterlart o incluso el buenazo de Martín Barbero el público
no es pasivo. Henry Jenkins lo ha mostrado claramente: el público hace todo
tipo de cosas: memes, fanfiction, bromas, objetos artísticos e incluso sus
propias películas, versiones de canciones, etc.
Lo que el Showbiz hace no es
realmente hacer pasiva a la gente sino
colonizar su actividad formateándola y reduciéndola a plantillas, formatos y esquemas prefabricados.
Se trata de crear las pequeñas y grandes adicciones, los afectos, los
sentimentalismos, los dogmatismos.
Para que el Showbiz pueda crear
un fandom estable que esté sujeto o prensado a un mundo musical, cinemático,
gráfico, etc. Tiene que proceder exactamente como un partido que establece y
consolida una hegemonía: primero tiene que atraer a ese público mediante algún
tipo de creación que movilice afectos, intelecto, intereses, etc. Es imposible crear un “mundo de la
publicidad”, como les llama Lazzarato, sin aportar algún sentido o crear
algún afecto.
Más para consolidar ese público
en lo que las empresas llaman “consumidores afectivos” es indispensable poder formatear o extraer
patrones predefinidos, “clichés”: posturas, sonidos, acciones, tramas,
personajes y ritmos prefabricados. No importa que nuevas ideas o afectos estén
en juego, el vaciamiento inicia desde el mismo proceso de marketing.
Es sabido como los guiones de
Hollywood tienen formatos definidos, igual que los artículos de las páginas
web, y como los diálogos de series y películas se han convertido ya en combinaciones
de frases hechas a los que la gente es condicionada pues todas las
micro-adicciones (al sentimentalismo, a las emociones, al “hype”) están
contenidas en estos formatos.
Pero eso es solo una parte de la empresa de convertir los fans en
fuerza de trabajo barata encargada de la publicidad y el Hype . Controlar al público también implica
confinar a la fuerza los límites de lo que puede hacer. Algunas de las mejores páginas de Jenkins en
Convergence Culture tratan sobre los fans de Star Wars y Star Trek y como Lucasfilm y Paramount tuvieron
que detenerlos para que no se apropiaran de las franquicias a fuerza de hacer
su propia producción, ni hablar de la infame guerra de la Warner Bros contra
los clubs literarios de niños que escribían cartas a los personajes de Harry
Potter.
En esta suerte de lucha, Lucas
tuvo la mejor estrategia al conducir la actividad de los fans de cierta manera:
hacia las parodias, permitiéndoles compartir y alterar contenidos pero no generar relatos
nuevos.
Globalmente hablando la estrategia de Lucas consistía en crear un
mundo virtual que los fans pudiesen habitar. Fueron los artistas que crearon el
universo extendido fueron los que le dieron riqueza a ese parque temático
intangible que Lucas solo diseñó parcialmente. Pero como siempre se esperó que Star Wars fuera
un parque temático virtual todo lo que tiene que ver con ella fue
cuidadosamente formateado y nunca pudo tener
más que una resonancia muy leve con nuestro mundo. Es decir, nunca terminó de significar nada, de responder a nada o de
problematizar nada, solo simuló que lo hacía.
Esa vaciedad tenía mucho que ver
con la perspectiva atávicamente infantil
de Lucas, pero durante décadas funcionó
perfectamente para que Star Wars fuera una vitrina y un parque temático. El cambio tras la compra de
Lucasfilm por Disney la nueva estrategia no solo consistió en liberar a la
franquicia del infantilismo crónico de Lucas y abrirle paso aunque fuese a una
adolescencia tardía sino activar otros
niveles de captación de la inteligencia y el afecto del fandom que solo eran
posibles si Star Wars empezaba, finalmente, a decir algo.
Mitopoética.
Star Wars proviene de un linaje
de ciencia ficción soft que algunos
llaman “sable y pistola de rayos” al que pertenecen clásicos como John Carter de Marte y Flash Gordon.
Se caracteriza por combinar temas arcaicos y
futuristas o mágicos y tecnológicos. Este género creó muchos relatos
interesantes pero también superficiales e incoherentes, repetitivos. Así, en un
mundo fantástico, habrá tribus “primitivas”
que manejan pistolas de rayos y civilizaciones “avanzadas” que luchan con armas
blancas, maquinarias tan
antiguas que son casi fósiles y pueblos nómadas o salvajes mucho más jóvenes que
la civilización más reciente.
Ningún otro ciclo expresa mejor
esta temática que el de John Carter, Warlord
of Mars y en su variante el de Flash Gordon. Es el relato del guerrero
naufragó o guerrero viajero, un soldado o atleta moderno que llega a un mundo nuevo donde involuciona y deviene un guerrero o campeón arcaico en un mundo feudal o tribal.
Este linaje de relatos inicia en
los relatos coloniales con Las Minas del Rey Salomón y Allan Quatermain donde
los protagonistas convergen poco a poco con los africanos al retroceder hasta
sus antepasados guerreros anglosajones o normandos. Género literario que tiene su contrapartida histórica en
figuras como Robert Brooke, el Rajá Blanco, y T.E. Lawrence.
Literalmente desterritorializada
en las historias del Ciclo Marciano, la temática del Guerrero Viajero dará paso
a la problemática Arqueofuturista , “yuxtaposición o una compenetración de lo
antiguo y lo nuevo”, decía Deleuze en
mundos aparentemente aberrados y absurdos, algo que también encontraremos en el Tropicalismo
brasileño que, según Schwarz, " disolvía las fronteras entre lo tradicional
y lo moderno, entre lo local y lo cosmopolita o entre lo masculino y
lo femenino".
El arqueofuturismo que los derechistas como Guillaume Faye reclaman como su propuesta realmente atraviesa todo el siglo XX. Inventado o descubierto por la “inteligencia
colectiva” de los autores de las pulp fiction y las tiras cómicas, no trata de un “regreso” a “preguntas primordiales” sino del circuito de una memoria que
circula como anticipación y de una anticipación que se almacena como memoria.
Como sea, el arqueofuturismo ha
tenido un poder anticipatorio extraordinario: en los marcianos verdes de John
Carter, los hombres-León de Flash Gordon –y luego los Fremen de Dune- en los
imperios espaciales se han prefigurado las monarquías petroleras del golfo pérsico,
los muhayedin de Afganistán y las bandas de beduinos el norte de África con armamento de punta tanto como las megalópolis latinoamericanas o
africanas con sus barrios o favelas en que
los gallos de pelea y los antiguos mitos arcaicos coexisten con los televisores, computadoras y
las películas de kung-fu o animé japonés.
En el arqueofuturismo no
solo ciencia-tecnología y la magia-misticismo
se confunden (la magia puede ser la forma de la ciencia en un mundo determinado
y la técnica puede tener poderes milagrosos) sino que el presente es aquello donde no se puede
distinguir la memoria de la anticipación o el recuerdo de la profecía: la tecnología
más avanzada puede ser milenaria y la magia o el misticismo descubrimientos
recientes.
Todo esto es evidente en los larguísimos
ciclos históricos de Star Wars, la yuxtaposición de la tecno-ciencia con el misticismo
de La Fuerza y la imbricación de los planetas y pueblos salvajes con los
civilizados.
La influencia de Flash Gordon
sobre Star Wars es conocida pero menos la de John Carter –visible en Tatooine y
el bikini de metal de Leia, los apologistas de Lucasfilm se complacen en
recordar la influencia de Flash Gordon sobre Lucas, lo que menos se discute es la influencia de la Nueva Ola de la ciencia ficción sobre Lucas y como Star Wars es la versión barata de Dune, Riverworld, o del ciclo de Ekumen,
las grandes epopeyas cósmicas que la Nueva Ola de la ciencia ficción creó desde
los años sesentas.
Algunos aseguran que uno de los pocos ejemplares del hermoso
libro con que Jodorowsky trató de estafar a Hollywood con su versión –por demás
odiosa- de Dune pasó por las manos de Lucas.
Crónicas Marcianas de Bradbury ya
es un esfuerzo magnifico para clausurar el “ciclo marciano” y liberarlo de sus
clichés y vulgaridades, pero fue durante la Nueva Ola de la ciencia ficción
cuando autores como Frank Herbert, Michael Moorcock, Úrsula Legin y Phillip José Farmer usaron el
arqueofuturismo para crear verdaderas “Mitopoiesis”
o ficciones especulativas que eran indiferentes a la distinción del
marketing entre relatos de “espada y magia” y otros de “ciencia ficción”.
Lo cierto es que el éxito
de Star Wars marca el inició de lo que hoy es el mayor negocio de Hollywood: la
explotación de la potencia fabuladora
de la gente, explotación que se da al costo de quitarle a esa fabulación la
capacidad de convertirse en lo que los Wu Ming llaman “Mitopoiesis” y Viveiros
de Castro “mitofísica” es decir, la capacidad de decir algo, de aportarnos un
sentido.
Star Wars podría ser para
nosotros algo cercano a lo que el Mahabaratta era para los hindúes, la codificación de un pensamiento en
relatos e imágenes, mitología de la multitud planetaria como galaxia de pueblos y públicos.
Y las grandes ideas siempre
rodearon a Star Wars, o mejor dicho, ella siempre ha orbitado ideas con la que
nunca pudo tener contacto: la caída de la República, las causas de la tiranía y
de la rebelión, la corrupción del alma, las mutaciones que sufre todo linaje
para persistir, la conexión entre los vivientes.
Pensemos en la batalla de Endor:
están ahí todos los elementos para una gran escena épica o “mitológica”: el
combate en el espacio entre las naves, la batalla terrestre al estilo de la
guerrilla, el duelo con sables. Son tres formas completamente distintas de la
lucha (combate regular, irregular, singular) que remiten a épocas y teatros de
operaciones distintos y resuenan diferente con nuestro mundo.
En el eje está el combate singular que es
realmente una lucha interior contra la corrupción o mejor dicho, la lucha
contra la corrupción en un teatro de operaciones distinto que no es el bosque o
el cielo estrellado sino el alma como galaxia interior.
Porque realmente el gran tema es
la corrupción, no solo de los Sith sino de los Jedi y la corrupción de Anakin
es la de la Orden Jedi. Si los Jedi son la imagen de la república Anakin es la
de los Jedi y su caída es la de la república.
No es banal ni edipico que la
lucha de Luke sea para redimir a su padre de la corrupción, lo es que todo el
destino de millones de mundos se resuelva en ese drama familiar.
Encontramos problemas similares
en varias novelas de la Nueva Ola de la Ciencia Ficción como el Ciclo de Ekumen
o Duna (y también en el universo Noon de los hermanos Strugatsky) que tomaron
la idea del “imperio galáctico” de Asimov y la libraron de su positivismo y su
idea determinista y lineal del tiempo (la psicohistoria que permite predecir el
futuro con casi total exactitud).
En Dune y El Nombre del Mundo es
Bosque, las correlaciones entre las
diferentes luchas son esenciales sobre
todo en Dune donde el combate singular, los rituales y las batallas tienen una
relación precisa.
Pero la lucha de los Athlasteanos contra los terrestres y la de los Fremen contra el Imperio tienen resonancias profundas, incluso proféticas con nuestro mundo.
Pero la lucha de los Athlasteanos contra los terrestres y la de los Fremen contra el Imperio tienen resonancias profundas, incluso proféticas con nuestro mundo.
El problema, realmente, no es que
Star Wars sea derivativa respecto a series
como Dune que plantean temas parecidos pero de forma más adulta: una gran corriente
estética global puede servir como símbolo, factor común, y puerta de acceso a una multitud de obras
más “locales” y esa gran corriente ha de ser, por necesidad, más accesible que
los ríos que la alimentan.
El problema es que, bajo el comando de Lucas,
trató de evadir cualquier resonancia real entre realidad y ficción, o mejor
dicho, de mantenerlas lo más superficiales posibles (los imperiales imitaban
al fascismo y nada más) la diferencia con la nueva parte de la franquicia es
que Disney-Lucasfilm está tratando no solo de seguir usando Star Wars como un
mundo-vitrina para vender juguetes sino como un instrumento en las cultural Wars y que ha descubierto que ambas cosas se retroalimentan.
Rebelión contra Lucas.
Hay, ciertamente, muchas cosas
detestables en el Ultimo Jedi como en
toda la franquicia de Star Wars.
Se sabe que devastación trajo al
negocio del cine, cuan acartonados son sus personajes (muchos son casi utilería
como Boba Fett, Pasma y Snoke) cuan infantil y moralista su lógica, que
esquemática su narración.
Todo eso está presente en el Ultimo
Jedi que es, al fin y al cabo, un simple Blockbuster.
Pero la estrategia de
Disney-Lucasfilm ha cambiado –y eso ya se dejaba de entrever en Rebels y los cómics publicados por
Marvel- el universo de Star Wars dejará de girar no solo en torno a las
aventuras de la familia Skywalker sino tal vez del mismo conflicto entre Jedis y Sith. Han sido anunciadas nuevas
trilogías ubicadas en otros puntos de esa Galaxia Lejana (o tal vez fuera de
ella) y se ha introducido una región desconocida para aumentar las
posibilidades narrativas.
Todo eso tiene sentido: cuando Lucas exterminó a los Jedi limitó
la narrativa reduciendo a un puñado a las personas conectadas a La
Fuerza. Por años estas constricciones
habían sido evadidas en El Universo Expandido hablando del pasado o del futuro.
Lo que ha hecho la nueva trilogía es eliminar esa limitación al establecer que
la relación con la Fuerza no solo no es monopolio de los Skywalker sino tampoco
de Siths y Jedis.
En las Regiones Desconocidas se
pueden emplazar tradiciones distintas del uso de la fuerza que no estén constreñidas
por la dualidad Jedi-Sith y las posibilidades narrativas, por tanto, se
expanden.
Pero hay otras razones para esta
rebelión contra el legado de Lucas. El rango etario de los fans de Star Wars
también abarca adultos que son una suerte de “fanáticos profesionales”: un
producto con un poco más de sentido puede consolidar su rapport con la franquicia.
Otra razón adicional y
es la posición liberal de Disney en las cultural Wars. La mala imagen por el legado conservador del fundador y las pésimas
condiciones laborales de sus subsidiarias, Disney las compensa con un apoyo abierto a causas progre como la
de los gays.
Pantera Negra está llevando a la
gran pantalla la defensa de Marvel de la política de la identidad y la consigna de la diversidad que es lo que los
liberals oponen al conservatismo de
Trump. Se ha demostrado que nada es más efectivo, a la hora de atraer público, que una postura politica que sea clara en lo que se opone y vaga o indefinida en lo que propone: es la unidad dela demagogia y el marketing.
El espectacular éxito de Pantera Negra en la taquilla demuestra como la toma de posición clara en las cultural wars es tambien un método seguro para atraer un público.
Pero con la nueva trilogía,
especialmente con el Último Jedi y Roge
One, es donde Disney-Lucasfilm está tomando su postura contra Trump y
profundizando en esa línea hasta extremos que rozan la demagogia. En El
Despertar de la Fuerza solamente tantearon el terreno con un casting
multirracial –lo que ya generó resquemores entre muchos- y la parodia del fascismo
histórico en la Primera Orden ya no era incidental o tangente sino directa.
Roge One fue un abierto reto a
Trump y tanto los liberals como los seguidores de Trump lo entendieron
claramente: los primeros la amaron y la abrazaron como un símbolo evanescente y
los segundos la denunciaron por ser "muy política".
La respuesta de los progres que
forman el grueso de los fans de Star Wars fue evidente: por supuesto que es
política, siempre lo ha sido. La respuesta, siendo correcta, también era una
denuncia indirecta de la timidez de Lucas y de la banalidad de su perspectiva.
Para los liberals que se
encuentran cerrando filas contra Trump el Último Jedi es un claro manifiesto: la
denuncia altisonante del “1%” en las
escenas del casino, la caracterización de Kylo Ren como un wanabe de Dart Vader -y por eso mismo, una parodia de todos los
fans del fascismo que no son tan distintos en sus hábitos a los de Star Wars: son coleccionistas, seguidores y cosplayers de algo que no es, en definitiva, más que un parque temático virtualizado.
Pero es la ruptura con el tema
dinástico cuando se revela que los padres de Rey “no son nadie” y la denuncia que Luke y Yoda hacen de la
Orden Jedi lo que más claramente muestra que no podía politizarse a Star Wars (y
por tanto abrirla a niveles más profundos de involucramiento de los fans) sin
prescindir también de George Lucas.
La muerte de Skywalker y el fin de la resistencia.
Usualmente cuando en un filme
como esto todo el tinglado anterior es
destruido solo quiere decir una cosa: los responsables quieren reconstruirlo a
su manera. Fue lo que pasó en Batman Begins
cuando fue incendiada la mansión Wayne.
Con la destrucción de la Nueva
República, de la resistencia y de lo poco que quedaba de la Orden Jedi, se ha
creado la oportunidad para una reconstrucción parecida.
Sin embargo aunque Hollywood se
permite a veces estos gestos políticos –o se los permite a sus escritores y directores- no debemos hacernos muchas ilusiones con
ellos. Pues fácilmente se revierten.
Winter
Soldier con su interesante ficción política sobre el fascismo de Hidra, que
crece desde dentro de Shield y el gobierno de los EEUU, que persiste como
memoria –en la grabación de la personalidad de Zola- y como estado dentro del
estado, todas sus resonancias con la adopción de los científicos y agentes de
inteligencia nazis durante la guerra fría se pierden, en La
Era de Ultrón, con una banal
reivindicación de Shield como agencia humanitaria. La ya poca
política que había en Civil War –que
se supone trata sobre eso- desaparecerá en Infinity
War cuando todos se unan contra el enemigo malvado que trae la muerte y la
nada.
Peor aún: la única razón por la que la
rebelión no aparecía como un crimen en Matrix
y Avatar es porque había un “Amado
Líder”, un elegido que la justificara. En Blade
Runner 2049 la idea de una resistencia replicante aparece arruinada no solo
por crímenes banales sino por la idea de la espera del Mesías y del milagro.
No es la lucha contra el
Capitolio la que justifica a Katniss Everdyn, es ella la que hace aceptable esa
lucha. Y la Rebelión en Star Wars tenía sus razones en Luke, Leia y su derecho
de nacimiento.
Así de odiosa, de detestable, es la política de Hollywood.
El Showbiz en ese sentido, es
netamente populista, “chavista” o “peronista”, proclama siempre el caudillo, el
rey, el elegido que aglutinará y dignificará a las masas. Como todos los Amados
Lideres, los de Hollywood reflejan el narcisismo del espectador y se reflejan
en los fans enamorados.
Pero ¿Rogue One y Rebels no deberían
sustentar la esperanza de la progresía americana de que Star Wars será,
finalmente, su “mitología” en la lucha contra los privilegios y el conservatismo?
Pues no. Levantando las rocas para que la resistencia
escape, nombrada el último Jedi por el mismo Skywalker -que había dicho
previamente que los jedi deberían desaparecer- Rey demuestra que no representa una
ruptura con las dinastías sino solo un cambio dinástico, es la “Mary Sue”
definitiva, elegida para ser superior sin más razón que la voluntad del
guionista: sin haber aprendido siquiera a usar un sable de luz ya promete tener más
poder que todos los anteriores Jedi.
Pero lo sorprendente de El Ultimo Jedi es que esta
manía de Hollywood de purificar lo ya
existente –ni siquiera modificarlo- tiene también una resonancia con la de las
izquierdas –y de todas las sectas políticas- de volver a hacer, esta vez bien,
lo que en el pasado no resultó.
Si ahí donde Luke Skywalker dice
"jedis" uno pone "izquierda" y donde dice "La
fuerza" pone "lucha" se detecta una potente resonancia o
respuesta de la ficción: Así como "La Fuerza" es un común que no es
propiedad de la vanguardia ilustrada de los jedis la lucha no lo es de la
izquierda o las izquierdas.
La izquierda, en el siglo XX,
tiene la misma relación con la derecha que los Jedis con los Sith: simétrica,
equivalente…dialéctica...Antes de la última escena que proclama a Rey la nueva
señora de la franquicia, Luke y Yoda parecieron darse cuenta que los Jedis no podían ser refundados, que el
futuro no puede imitar al pasado y que lo que vendrá es algo nuevo e
imprevisible como los niños-esclavos del casino...
Pero nuevo, intempestivo o
imprevisible no es algo que pueda surgir de la franquicia de Star Wars.
Y eso nos lleva, finalmente, a la
muerte de Skywalker.
La idea de que se convirtiera en
“fantasma de la fuerza” un numen –más y menos que un cuerpo, más y menos que un
espíritu- en si no carece de poesía y coincide con la forma en que estas
apariciones se han ido haciendo cada vez más complejas –como Yoda conjurando un
rayo para destruir el viejo árbol- esa no era una mala forma para despedirlo
que no imitaba, aunque si evocaba las muertes de Yoda, Anakin y Obi Wan.
Tampoco es inadecuado, y no del
todo sentimental, que muriera viendo los soles gemelos. Desde que el germen de
Star Wars nació en las novelas de John Carter de Marte (el hombre de los dos
cuerpos, de los dos planetas) la suya ha sido la historia del despliegue de los
dobles: Anakin y Darth Vader, Luke y Leia, la trilogía original con las
precuelas…los Jedi y los Sith
Pero justamente lo que es lamentable
es como se desperdicia el chance de mostrar algo más sobre esta forma de existencia espectral
que, en definitiva, es la persistencia de los Jedi a través de su
virtualización como una memoria activa, más allá de los vanos intentos de
refundación de su orden.
Desde el inicio se insinuó que
este era un modo de existencia más potente y la batalla era un buen momento
para mostrarlo (tal vez alterando la percepción de los soldados imperiales o afectando el
medio ambiente como hizo Yoda) pero el que esta proyección de un cuerpo
luminoso –que consume al cuerpo opaco- se reduzca a mera ilusión es quizá la
verdadera afrenta a los Jedi cuyo paso “al otro lado de la fuerza”, al fin y al cabo, está
anunciado desde el inicio de la franquicia.
Pero es un hecho que Luke Skywalker
tenía que morir y con él la Orden Jedi. Tenía que morir no solo como parte de la expurgación del
infantilismo de George Lucas y su pequeño drama familiar sino del mismo
dualismo que, al oponer a Jedis y Sith, les convierte en propietarios exclusivos
de la Fuerza. Dualismo que, agotado en si mismo, ya cerraba tambien las posibilidades narrativas de la franquicia.
Como le insinúa Skywalker a Kylo
Ren, lo que el Ultimo Jedi hace es reducir Jedis y Resistencia a un germen.
Sobre el mundo que saldrá de ese germen no debemos hacernos muchas esperanzas.
Haciendo una pequeña etología de los Jedis y los Siths. Hay una escena en Episodio I donde justo después de que Darth Maul acabe con la vida Qui-Gon Jinn, y Obi Wan pierde un poco su control emocional. Separado por una pared de Darth Maul, ambos hacen de las mejores posturas posturas de ambas doctrinas: Obi Wan se serena en una meditación y Darth Maul se impacienta, se incedia aun más. Cuando la pared desaparece, ambos continuan la pelea.
ResponderEliminarAquí hago un salto a los manuales de rol de Star Wars D20 donde tanto los Jedis como los Siths, adeptos a la Fuerza poseen estos tres modos de la Fuerza: Alter (lanzar rayos, empujar, saltar alto, caer suave, parar rayos, etc), Control (coercionar mentes, destruir mentes, apaciguar, etc) y Sense (clarividencia, sentir vida alrededor, mejorar los sentidos, telepatía, etc). Los Jedis se ven beneficiados en Sense (+1 por dar un bono) y los Sith a Alter (+1). Está bonificación es tambien el proceder inciatico y final de ambos cultos, de como perciben y actúan frente a los problemas.
Precisamente creo que este Último Luke, juzga estas germianciónes de nocivas; tanto Jedis como Siths llevan sus respectivas gringolas dogmáticas: Los Jedis que antes que nada meditan para darse una visión holistica con la que podrán actuar más serenamente (sentir primero). Y la de los Siths donde percibir es atacar y dominar (alterar primero). Juzará a los primeros de "cobardes" y los segundos de tener "mal gusto".
Fue aquel Jedi que protagonizó The New Hope.
Es cierto. Hay cómics donde se empieza a cuestionar el tener que responder dentro de un esquema predeterminado para "usar la fuerza".
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