¡Wakanda Forever! : Marvel y el África fantástica




“¿Qué es un gran personaje de novela? No es un personaje que se toma prestado de la realidad y se lo exagera…Se trata de potencias de la vida fantásticas. En todo caso, si un personaje de novela es una especie de gigante, es una exageración con respecto a la vida, pero no con respecto al arte”.

G. Deleuze. Abecedario.



Hay un punto en el volumen IV de Black Panther (escrito por Reginald Hudlin y con arte de John Romita Jr) en que te das cuenta que Marvel le dio espacio a la epopeya anticolonial que la izquierda, enemiga de la imagen y de la imaginación, nunca hubiera podido escribir: una nación en el centro de África es invadida para robarle sus riqueza naturales, las tropas invasoras son marines zombis reciclados de guerras en el  Medio Oriente, un caballero templario  en un caballo volador, un mercenario francés, un supervillano belga y un ejército de mercenarios.

 La invasión fantástica repite y conmemora todos los despojos y atropellos del pasado pero sin incurrir en necedades identitarias: detrás de la invasión está Condoleezza Rice, o al menos, su contraparte ficticia.


El héroe de turno es T’challa, el hijo de T'chaka, el Pantera Negra,  soberano de Wakanda, la inconquistable, heredera de todas las grandes naciones y dinastías africanas. No es un secreto que el cómic de superhéroes es una de las tantas variedades  del Culto a la Personalidad, pero con Pantera Negra la ironía causa un cortocircuito:

En su mundo fantástico, con su ejército de amazonas, sus poderes místicos y su inteligencia superior  T'challa no es otra cosa que lo que Gadafi, Castro y todos los “amados líderes” del Tercer Mundo quisieron ser  o se creyeron :  es su doble gigantesco.

Pantera Negra es falso, ficticio,  fabuloso, pero es más que una mentira. Los amados líderes, por su parte,  son simples mentirosos. Además T`challa es más honesto que ellos pues no disimula que él, indiscutiblemente, es el soberano.





Kirbiana.

En 1966 Marvel quiso inventar un superhéroe para el público negro. El   encargo fue hecho  a Jack Kirby, un judío  Lower East Side de Manhattan. Kirby  no era negro pero si de una minoría, sus ideas políticas no eran muy radicales pero si disonantes con el ambiente anticomunista de la Marvel de entonces dirigida por Stan Lee.

El inventor del Capitán América era uno de los pocos –si no el único- dibujante que de  hecho había combatido a los nazis en la segunda guerra: a diferencia de otros profesionales que buscaron cumplir el servicio sin combatir Kirby  lo buscó deliberadamente e incluso encontró un uso para su talento para dibujar en la misma línea del frente

Antes de salir a combatir a los Nazis Kirby había inventado al Capitán América que realmente personificaba más la lucha contra el eje que el imperialismo americano (la esencia Kirbiana del Capitán América fue recogida perfectamente en la parodia del Capitán  que  Micah Ian Wright hizo en Stormwatch: Team Achilles, ese personaje llamado Citizen Soldier   era George Washington reencarnado en muchos combatientes por la libertad incluido un niño negro del Sur y  un machetero  puertorriqueño).


 Lo que hizo que Kirby en 1966 fue una fabulación semejante a la del  Capitán América, y de hecho  la continuación artística de la resistencia que  peleaba en las calles.

Apenas unos meses después la primera aparición de Pantera Negra, Seale y Newton fundaron el Black Panther Party: aunque asimetrica era la misma lucha entre dos mundos.

 Ninguna cuestión identitaria le impidió entender a Kirby y sus sucesores que tras Luther King, Malcolm X y  Mohammed Alí, no podía hacerse otra cosa que un que fuese la continuación fantástica de esa grandeza actual. Así, inventó un héroe africano que no solo es de piel oscura sino descendiente de Salomón, avatar de la diosa Bast y rey de la nación tecnológicamente más avanzada del planeta.

 Pero los personajes y mundos de los cómics son creaciones colectivas que arrastran a muchos autores. Tras muchos años de salir en las páginas de Fantastic Four y The Avengers,  el potencial politico de Pantera Negra floreceria realmente con  Don McGregor y  Billy Graham en las páginas de  Jungle Action quienes le enviaron a combatir al KKK en el sur de los EEUU y una revolución en su propio pais promovida por su némesis, Killmonger.

La influencia de Mcgregor y Graham todavía se siente en el trabajo de Hudlin y Coates.



Si se quita todo lo que tiene de marketing y culto a la personalidad un  superhéroe no es más que una fabulación sobre lo  sobrehumano, es decir, sobre la relación de  lo humano con fuerzas inhumanas

¿Cómo sería un hombre si fuera un rayo, un pájaro, un viento helado, o una banda de murciélagos?  

Todo personaje implica un mundo pero los superhéroes viven en mundos fantásticos que no pueden pasar de la potencia al acto, como imágenes que no podrán ser tocadas o embriones de cosas que no pueden existir más allá de las páginas del cómic (o mejor dicho no del todo): que el rayo no te consuma sino que se haga parte de ti, que la araña te transmita su “esencia”,  son cosas que solo pueden pasar en esos mundos donde cualquier cosa puede conectarse y componerse felizmente con otra.

 Inventar un superhéroes, entonces,  es inventar un mundo o un submundo donde el hombre pueda hacer esos encuentros o encontrar un rincón de un mundo ya existente donde el encuentro pueda darse.  

Dentro del universo Marvel Kirby inventó un mundo: Wakanda, en el corazón de África lugar de una "modernidad alternativa" donde los africanos hicieron su propia Revolución Industrial. T'challa, el Pantera Negra, es la personificación de ese mundo, o más bien, su expresión más noble.

Como Alí, Kirby entendió que los africanos podían servirse de un “príncipe” que no era un “amado líder” al que obedecer ni un modelo a imitar sino la imagen de un modo de vida , una nobleza a la que se podía aspirar:  y en efecto, Pantera Negra solo es soberano en la medida en que es el máximo atleta de su nación.

Se combatía asi la ficción odiosa del “negro” que no se distingue por otra cosa que el color de la piel por la de un África fantástica que no deja de ser fiel a la actual, es su doble, su resonancia.   






África fantástica. 

Black Panther no es simplemente un hombre-pantera o un encuentro del humano y el felino. Las analogías muy simples que ofrece un personaje como Spiderman están ausentes aquí.

En primer lugar se trata de un vínculo triple: está el hombre, un hombre africano, está la pantera  elevada a una potencia espiritual, es decir, una fuerza sin cuerpo, y está el metal, el vibranium, una materia cuasi-viviente que yace en el centro de Wakanda y puede absorber la energía y las vibraciones formando un continuo planetario (en el volumen 3 del Capitán América se dice que el metal contrajo “cáncer” debido a una imperfección que se extendió).

El humano, la pantera y el metal tiene, cada uno, su vitalidad propia: el humano recibe las fuerzas animales y el metal  recibe las vibraciones.

Todos los superhéroes son territoriales y expresan un mundo o submundo que les contiene. Incluso cuando se desterritorializan en aventuras cósmicas o galácticas tienen siempre un territorio al que están adscritos, en algunos casos esa relación entre el personaje y el territorio es más distante o elástica pero casos como los de Spider-Man y  Batman el personaje es inconcebible sin su territorio. Lo mismo ocurre con Pantera Negra.

 Pero una cosa es inventar una Nueva York luminosa y utópica para Superman o una oscura y corrupta para Batman y otra es inventar un país como Wakanda. La diferencia no es de nivel de complejidad  sino de divergencia con la actualidad; el acierto de Kirby y sus sucesores estuvo en que no la concibió como un país atormentado o roto por las guerras sino como un reino esplendoroso, utópico casi.

Esto sería un lugar común si no fuese por lo incomposible que es Wakanda con el África que conocemos: imaginar un África invicta, prospera, esplendorosa es imaginar toda una historia alternativa, he ahí donde ha estado al brillantes de los guionistas de Black Panther, : entender que hacía falta otra historia de otra África para poder concebir a un personaje como T´challa.





Aunque, dada la forma como funciona la escritura en los cómics americanos, es muy difícil que esos universos ficticios tengan una consistencia “tloneana” como la que tienen los mundos de los juegos de rol o la ciencia ficción, aunque se ha dado,  desde hace casi 20 años, un esfuerzo de parte de los guionistas de Marvel de hacer a la Wakanda una ficción más coherente.

Si apartamos el trabajo seminal de Kirby,  McGregor y  Billy Graham   de todos los volúmenes de Black Panther los mejores son, sin duda, los de Reginald Hudlin en 2005 y el de  Ta-Nehisi Coates que inició en 2016 y terminó el año pasado precisamente porque son los más políticos y por la riqueza de su Worldbuilding: la primera enfrenta a Black Panther con el retorno neoarcaico del colonialismo, la segunda con el mismo reclamo de democracia de sus súbditos y con sus propias miserias como gobernante.

De todas formas sagas como Doomwar que enfrenta a Pantera Negra contra el Dr Doom y a Wakanda contra Latveria no carecen de encanto y de fabulaciones interesantes como las combinaciones entre magia y física cuántica creadas por el genio de T´challa o al creciente importancia de Wakanda dentro del universo Marvel, particularmente en el tránsito de Hickman en las páginas de Avengers. 


Los propietarios.


Desde al menos 2005 Pantera Negra y Wakanda han sido utilizados para crear un público, una fanbase, entre los afroamericanos. El deseo -se podría decir el hambre- de Marvel de atraer a las minorías, sobre todo mujeres y negros es exagerado, evidente y ha abierto paso a todos los enojosos temas de la politica de la identidad dentro del universo marvel.   De ahí eventos editoriales como la boda entre T´challa y Storm de los X-Men.

Convertidos por esta jugada en celebridades más que en luchadores, este  matrimonio ficticio  no solo derivó en toda una glorificación de la cultura negra sino que, extrañamente, prefiguró los intentos de celebridades reales como Jay-Z y Beyoncé de tomar una suerte de comando sobre la minoría afroamericana, hacerse sus representantes o su "realeza" autonombrada.

Este intento de las celebridades -sean ficticias o no- de ocupar un  lugar que ya no pueden ocupar los dirigentes políticos  explica el inmenso esfuerzo económico y publicitario que Marvel-Disney está haciendo con la película de Pantera Negra, que no es menos que un esfuerzo por hacer una toma de poder dentro de la cultura, semejante a la que Oprah Winfrey, la otra "reina africana" ha intentado mediante el "movimiento" me too.

Siempre que lidiamos con producciones como las del cómic americano y el manga japonés tenemos que distinguir entre las fabulaciones y la producción de lo fantástico con la saturación de fórmulas y sobre codificaciones  que el mercado y el showbusiness requieren que estos relatos tengan: de ahí que las espléndidas historias de Hudlin y Coates tengan finales enteramente formulaicos, caricaturescos. 

Sin embargo eso no cambia el hecho de que el mercado de los cómics de superhéroes es, en definitiva, el de proveer Mitopoiesis y relatos metafísicos a unos lectores que, aunque sometidos a mecanismos de control y formateados en su vida estética son, como los griegos antiguos, gente que se toma mortalmente en serio el arte que le ofrecen. 

Y ese arte no solo es cósmico (sobre el destino de universos y multiversos) sino politico -aunque la politica esté contenida en unos pocos tópicos. Cosmopolitico.

Aunque la tendencia a la politización del cómic existe desde la "Edad de Plata" de Marvel (al fin y al cabo Hulk se la pasaba apaleando al ejército estadounidense y Spider-Man escapando de la policia) es desde los años ochenta cuando, con  las grandes fabulaciones de Moore y Miller, se  transformó para siempre el mercado del cómic americano y  los cómics se han ido convirtiendo, cada vez más, en suplementos o revistas políticas. 

Es fácil fechar el año, 1983, en que Crisis en las Tierras Infinitas, convirtió a las grandes editoriales en proveedoras de metafísica y ficción especulativa, pero es más difícil  marcar el  año en que el cómic americano se politiza total y definitivamente. Personalmente me atrevería a decir que fueron los tres  años entre 1999 y 2001 que vieron nacer prodigios como The Authority y Planetary de Warren Ellis y luego de la elección de Bush cuando, en la industria del cómic,  se abrió paso una oposición irrestricta a la guerra contra el terror. 

Desde entonces esa politización del cómic no ha retrocedido pero se ha convertido en vitrina de algo muy triste:  no solo de la política de la identidad al estilo anglosajón (y en el simple storyboard de las próximas superproducciones) sino de toda una  estrategia del ShowBusiness dentro de una batalla publicitaria o cultural que, desde los EEUU irradia en el mundo: convertidos los políticos en meros C.E.O o directivos de la corporación gubernamental, cada vez más las celebridades toman el papel, no solo de oradores y activistas, sino de organizadores del espacio público



Muchos se burlaran  seguramente de  que la consigna “Wakanda Forever” esté emocionando a mucha gente en los EEUU a pocos días del estreno del largometraje de Black Panther: Wakanda es un país imaginario gobernado por un superhéroe disfrazado de pantera, algo que no puede tomarse en serio, que nos hace escapar de la realidad o la distorsiona… en esto pueden estar de acuerdo tanto la izquierda como la derecha que están borrachas del mismo licor frankfurtiano.

Nos conviene más bien olvidar la apelación a un gran arte serio y contemplativo que no puede ser apreciado por la masa o el lamentable documentalismo que todavía suponen los binarismos de costumbre: arte/no arte, Ficción/realidad, que no explican o aportan nada.

Si Pantera Negra en si tal vez no sea otra cosa que la repetición fantástica de la megalomanía de los dictadores africanos (que siempre han pretendido ser héroes como T´challa) Wakanda es otra cosa. Wakanda Forever es un grito político que reivindica un África fantástica  que no es actual pero es mucho menos que irreal: una modernidad alternativa sin esclavitud, sin colonialismo,  un pliegue entre lo ancestral, lo futurista y lo contemporáneo, otra relación con el animal, con los minerales, entre la mujer y el hombre (como en el clan de mujeres-guerreras que protege a T`challa)

Es probable que los seres humanos no podamos vivir sin alguna forma de “más allá”, y en nuestro mundo ateo, o al menos descreído, el más allá toma las formas de lo futuro y de lo fantástico: de allí habría de tomarse todo lo que es digno de convertirse en energía, en actualidad, hacia allá habría de ir  todo lo que no merece estar en el mundo.

Esa es la importancia de lo fantástico como idea política, completamente distinto de las patéticas fantasías personales y de los proyectos utópicos.Wakanda –o Dune, o la Tierra Media o Macondo- es, ciertamente una utopía en tanto que no tiene lugar y no tiene extensión, que existe solo en palabras e imágenes que la expresan, pero no en el sentido de que sea un buen proyecto, maqueta irreal  que se le pueda imponer a la realidad.

 Lo fantástico no es equivalente con la actualidad como si tuviese la misma talla y compartiera las mismas medidas, no hay proporción posible entre el mundo actual en que vivimos y los mundos fantásticos que se despliegan desde el nuestro, pero precisamente porque los mundos fantásticos no son maquetas o proyectos burocráticos esperando que se les ejecute cada fibra de fabulación es como una de ADN preñada de gérmenes, de muchos proyectos de mundos posibles.  


Así, no hay nada de ridículo en la consigna Wakanda Forever, y sí mucho de inquietante no de que en películas populares aparezcan   fabulaciones políticas, sino de que la “función fabuladora” y la misma resistencia se hagan parte del marketing que va deviniendo marketing político, o como dice Lazzarato,  oferta de mundos: Si las máscaras de V de Vendetta generan ingresos para la Warner,  Disney aspira a un monopolio de lo fantástico.  





La resistencia y la lucha que la política de la identidad y lo “políticamente correcto”  ya vienen formateando y reduciendo en movimientos como el “me too” (en que las estrellas hace tiempo se han convertido en representantes autonombrados de las mujeres) se complementan por poderosos dispositivos que convierten la función fabuladora en fuerza de trabajo para la venta de juguetes y merchandising. La superproducción o Blockbuster es el más poderoso de todos.

Ahora que Marvel-Disney se va a forrar de dinero con la película de Black Panther hay que recordar a los que inventaron a Wakanda, y la lección que Kirby y McGregor dieron sobre la política de la identidad: no se trata de que los "negros" escriban sobre los negros y los "blancos" sobre los blancos sino de viajar por un mundo que no es el nuestro contagiándonos de una vida que no es la de nosotros, vida impersonal que nos excede.  

Incluso ahora, convertido en un Blockbuster y una operación en las "guerras culturales", incluso pasado por el filtro de la politica de la identidad,  Black Panther sigue evocando al prodigioso movimiento rebelde con el que comparte el nombre y a conteniendo la imagen de una África futura, divergente, y por eso mismo  tiene algo de resistencia a la América "all white" de Trump.

Black Panther fue el devenir-negro de Kirby y Mcgregor también parte del devenir-príncipe de los africanos, más allá del negocio siempre está eso.



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